Una novela intensa,...

Una novela intensa, llena de emociones y sentimientos, que tiene como telón de fondo la historia de la emigración canaria a la América colonial del siglo XVIII. Los isleños protagonistas de este viaje, mezcla de miserias, abusos, injusticias y sufrimientos, pero también de esperanzas y superaciones, son víctimas de una traición que determina su suerte. La emigración les deja una profunda huella en sus vidas, sin que por ello pierdan su identidad canaria, ejerciendo su condición de isleños en las fundaciones en las que se asientan, en las tierras extrañas que atraviesan… En busca de sus sueños van Lorenzo y Candelaria, ella, embarazada, él, apasionado, los dos, enamorados…







jueves, 30 de junio de 2016

 Candelaria pasaría el día con sus padres, y le pediría a su madre consejos sobre el parto y cómo cuidar a su hija. Iba a estar sola en esos momentos, no la tendría a su lado como era uso y costumbre. Por la cuenta que llevaba, la niña nacería para los primeros días del nuevo año, sin la ayuda de su madre, ni de Lolita la partera, que siempre estaba para aquellos menesteres.
–Padre, madre, vine a que me dieran su bendición –pidió Candelaria sentada sobre un tenique grande que utilizaban para sujetar las redes del chinchorro cuando rolaba muy fuerte el viento en la playa.
–Las mujeres son como las gaviotas, cuánto más viejas, más locas –dijo su madre en primer lugar, dándole una sorpresa a su hija y despertando una sonrisa cómplice en Candelaria.
– A saber cómo acabará ese viaje –protestó su padre–.
– Yo no lo sé, ni tú tampoco, pero sí sé cómo es mi hija, y sé que ni las mareas del Pino la podrán retener aquí si ella se empeña en irse.


Su madre era consciente de los pensamientos y sentimientos de su hija, porque conocía como nadie la fuerza de sus emociones de mujer, de dónde venía la calidez de sus manos que habían conquistado a Lorenzo, y sabía de lo difícil que era enfrentarse a esas pasiones, navegar en esas aguas,..... porque también ella se había enfrentado hacía ya muchos años.
–Yo, mi hija, te doy mi bendición y que Dios me la acompañe. Pero no te voy a ir a despedir, no hay que darle pena a la mar.

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