Una novela intensa,...

Una novela intensa, llena de emociones y sentimientos, que tiene como telón de fondo la historia de la emigración canaria a la América colonial del siglo XVIII. Los isleños protagonistas de este viaje, mezcla de miserias, abusos, injusticias y sufrimientos, pero también de esperanzas y superaciones, son víctimas de una traición que determina su suerte. La emigración les deja una profunda huella en sus vidas, sin que por ello pierdan su identidad canaria, ejerciendo su condición de isleños en las fundaciones en las que se asientan, en las tierras extrañas que atraviesan… En busca de sus sueños van Lorenzo y Candelaria, ella, embarazada, él, apasionado, los dos, enamorados…







miércoles, 27 de julio de 2016

AHORA YA SABES POR QUÉ

Una de aquellas noches, acurrucados juntos para dormirse, Candelaria lo sorprendió:
- Ahora ya sabes por qué -dijo ella, acariciándolo con sus manos-. Eso que tanto te preocupó todos esos años, ahora ya sabes por qué.
Lorenzo se viró hacia ella y se miraron durante unos instantes.
- Ahora ya sabes porque te elegí a ti, Lorenzo -continuó ella.- Tú llenas todas mis estancias.
Él no sabía que decir: ...Yo, Candelaria...- intentó responder.
- Ssshhh, no hace falta que digas nada, mi amor. Tú siempre eres muy bueno conmigo y me quieres mucho -siguió ella, abrazándolo por la cintura con ternura, recostados, apoyando su cabeza en él.- Los demás nunca me importaron, yo siempre supe que te quería a ti. 
Ahora Lorenzo ya no hacía ningún esfuerzo, sólo quería escucharla a ella.
-Tú siempre me sorprendes. Puede que no siempre me entiendas, pero estás presente en todas mis ilusiones y mis sueños. Nunca tuve dudas de que era contigo con quien quiero estar.
Candelaria lo besó, a un Lorenzo que en aquel momento era el hombre más feliz del mundo. 
- Y además, serás el mejor padre para mi hija -terminó de decir, llevándose ahora el brazo de Lorenzo bajo su cabeza y quedándose dormida.




jueves, 21 de julio de 2016

Por estar junto al mar

A Candelaria y Lorenzo les gustaba recordar las veces que habían estado en la playa por la noche asando sardinas con la familia de ella. Particularmente a Candelaria, que disfrutaba mucho de todos sus amores juntos, Lorenzo y el mar. Sus hermanos lo preparaban todo, el fuego y las sardinas, mientras su madre llevaba algo de sobremesa, un bienmesabe que Lorenzo devoraba. Luego se tumbaban en la arena para ver las estrellas o la luna, y caminaban por la playa dando lentos paseos. Eran pobres, pero de aquel lugar podrían disfrutar mejor que nadie. Los dos recordaron emocionados la primera vez que, al salir de la ermita en el día de su boda, caminaron juntos ya casados calle abajo, dejando atrás a los demás en la plaza y, cogidos de la mano, viraron hacia el camino de la costa hasta alcanzar el mar, para llegar a su nuevo hogar. Se fueron a vivir a la costa dejando atrás el pueblo, valle, casa, cueva y tierras, por una humilde vivienda de un solo cuarto, con una sola viga cumbrera hecha con un madero grande traído por las olas, pero que hacía feliz a Candelaria por estar junto al mar, por escuchar a todas horas de fondo su melodía y sentir el aire ensalitrado en su piel. 


A Candelaria le encantaban las flores y siempre tenía algunas dentro de la casa, además de las plantas y enredaderas que cuidaba en el empedrado de la entrada, frente al bernegal. Las tenía de muchos colores y especies, y junto al olor del cercano mar, dejaban su fragancia en toda la casa. 
 –¡La lavanda! –se acordó Candelaria–. Se me olvidó poner fuera la lavanda.

miércoles, 13 de julio de 2016

El camino de la costa


Se levantaron después de que saliera el sol y no les hubiese importado pasar allí el resto del día. Por primera vez en muchas semanas, amanecían solos el uno para el otro. Tiempo y silencio los acompañaban. Lorenzo dispuso algo de comer y preparó un ramillete de flores para Candelaria, sorprendiéndola una vez más, como a ella le gustaba. Candelaria no sólo era una mujer linda, era una mujer que atraía por su calidez, por el brillo de su pelo, por sus gestos, por cómo tocaba las cosas con sus manos. Y en aquella ocasión a Lorenzo otra vez le resultaba toda ella cautivadora, acogedora como un viejo camino, hasta casi olvidarse de dónde estaban.
-¿Te acuerdas cuando comenzamos a hablar y nos íbamos a la costa? -le recordó Lorenzo a Candelaria.
Cuando empezaron a mocear, se buscaban y se hacían encontrar en las veredas, en el pueblo o en la playa. Para estar solos, les gustaba irse por el camino de la costa, que llegaba hasta unos malpaíses con paredes de piedras. Allí Lorenzo solía esconder regalos debajo de alguna de aquellas lajas volcánicas, que luego Candelaria levantaba haciéndose la sorprendida y llevándose su prenda.

-Claro que me acuerdo, mi amor -sonrió ella.- Yo ya sabía que te quería para mi.

miércoles, 6 de julio de 2016

LA CALIDEZ DE SUS MANOS
Un poco mayor que él, Candelaria había sabido conservar su belleza de juventud y tenía ahora esa serenidad de la madurez, que la hacían más atractiva. Su cabello liso y largo de color tostado, su tez morena y sus labios encarnados, la habían hecho una mujer de ternura innata, siendo deseada por hombres de toda la isla. Pero las mayores virtudes de Candelaria eran su dulzura, su sensibilidad y sus instintos femeninos, que la hacían una mujer cautivadora. Poseía una gran intuición, con sensaciones que transmitía a través de toda ella, y especialmente con sus manos. A pesar del tiempo, aún no conocía todos sus pensamientos, todos sus sentimientos de mujer, cuál era el secreto del brillo de sus ojos, de dónde venía la calidez de sus manos.


Candelaria siempre quiso sentir la vida por si misma, conocer y aprender, tener emociones y aventurarse, construirse su propio mundo con sus esfuerzos, vivir su propio sueño, vivir del modo que ella pretendiese, y sobre todo, vivir junto al mar, siempre junto al mar, su gran amor.

jueves, 30 de junio de 2016

 Candelaria pasaría el día con sus padres, y le pediría a su madre consejos sobre el parto y cómo cuidar a su hija. Iba a estar sola en esos momentos, no la tendría a su lado como era uso y costumbre. Por la cuenta que llevaba, la niña nacería para los primeros días del nuevo año, sin la ayuda de su madre, ni de Lolita la partera, que siempre estaba para aquellos menesteres.
–Padre, madre, vine a que me dieran su bendición –pidió Candelaria sentada sobre un tenique grande que utilizaban para sujetar las redes del chinchorro cuando rolaba muy fuerte el viento en la playa.
–Las mujeres son como las gaviotas, cuánto más viejas, más locas –dijo su madre en primer lugar, dándole una sorpresa a su hija y despertando una sonrisa cómplice en Candelaria.
– A saber cómo acabará ese viaje –protestó su padre–.
– Yo no lo sé, ni tú tampoco, pero sí sé cómo es mi hija, y sé que ni las mareas del Pino la podrán retener aquí si ella se empeña en irse.


Su madre era consciente de los pensamientos y sentimientos de su hija, porque conocía como nadie la fuerza de sus emociones de mujer, de dónde venía la calidez de sus manos que habían conquistado a Lorenzo, y sabía de lo difícil que era enfrentarse a esas pasiones, navegar en esas aguas,..... porque también ella se había enfrentado hacía ya muchos años.
–Yo, mi hija, te doy mi bendición y que Dios me la acompañe. Pero no te voy a ir a despedir, no hay que darle pena a la mar.

miércoles, 22 de junio de 2016

CANDELARIA Y EL FUEGO DE SAN JUAN

Si no llevaban mal la cuenta, mañana sería San Juan, un día muy especial para los isleños, que lo celebraban con hogueras y tradiciones familiares. Luego pasaron el resto del día preparando la noche de San Juan. Los más jóvenes y los chinijos fueron los encargados de recorrer los alrededores juntando leña para hacer una buena hoguera aquella noche, la más grande que hubiesen hecho de momento. Las familias se afanaban en la comida, poniendo al fuego los calderos sobre tres teniques como era costumbre, compusieron algunos condumios con papas sancochadas, y de postres, frangollo, rapaduras, truchas y leche asada, con los que endulzar la celebración. Las muchachas más jóvenes eran las encargadas en ese día del agua, yendo y viniendo hasta a un pilar cercano, que tenía unas aguas frías y oscuras.


Cuando se puso el sol, prendieron una hoguera, sobre la que comieron, cantaron, bailaron y brincaron, y estuvieron de belingo hasta bien tarde. Aquella fue una noche de San Juan muy especial, por todo lo que compartieron.

Candelaria les desea unas buenas fiestas del sol y el verano.


viernes, 3 de junio de 2016

¡¡CANDELARIA LLEGA A AMAZON!!
Candelaria llega a Amazon. En su largo y sinuoso camino, Candelaria y Lorenzo llegan a esta tierra digital libre. A partir de hoy, ya está disponible la versión Kindle de la novela, apta para tu libro electrónico, tablet y ordenador personal.
Búscala en los ebooks de la Tienda Kindle en Amazon y encuéntrala al precio de 2,99 € o gratis para los suscriptores de Kindle Unlimited, y comienza a disfrutar de su viaje de emociones y aventuras por la América colonial del siglo XVIII.
¡Embárcate!

Puedes encontrar más información en:

https://www.facebook.com/caminacandelariacamina


¡CAMINA, CANDELARIA, CAMINA! EN AMAZON:
https://www.amazon.es/%C2%A1Camina-Candelaria-camina-islanders-emigraci%C3%B3n-ebook/dp/B01GIZN9V2/ref=sr_1_1?s=digital-text&ie=UTF8&qid=1464964471&sr=1-1&keywords=%C2%A1Camina%2C+Candelaria%2C+camina%21

martes, 17 de diciembre de 2013

La agenda del camino (VI):
Faltaban menos de dos semanas para acabar el año...

¡Un pantano! ¡Tenían que atravesar un pantano enorme! Estaba formado por el propio río y un conjunto de canales, otros ríos y más canales... Un gran pantano de varias leguas los separaba de su destino y nadie se los había dicho. Faltaban menos de dos semanas para acabar el año y tenían delante de ellos un gran obstáculo que les impedía llegar al final del viaje. No se podía seguir caminando, no se podía atravesar a pie. Sólo quedaba la opción de ir en barco.

–¿Cuánto cuesta el pasaje, señor? –preguntaron.

Sonrieron ante la ingenuidad de las preguntas de aquel grupo de colonos. –¿Un pasaje a dónde? Depende a donde vayan.

–Vamos... a... –no supieron bien qué contestar–

PUEDES SEGUIR ESTA AGENDA TAMBIEN EN:



martes, 10 de diciembre de 2013

La agenda del camino (V):

El día de la Concepción alcanzaron un río poco caudaloso que llevaba pesca, ya que vieron barcas de pescadores navegando en ambas direcciones. Llegaron a mediodía y, aunque parecía un buen sitio para descansar, se dedicaron a la pesca y a preparar un resguardo en el que pasar la noche. No celebraron el día, pero sí se mantuvieron un buen rato junto al fuego antes de dormir, intentando encontrar una solución a sus problemas. Iban muy despacio, quedaban menos de cuatro semanas y no sabían lo que les quedaba aún por delante.

–Candelaria, Lorenzo, tomamos una decisión entre todos –les dijeron, sorprendiéndolos una vez terminaron de cenar–. Candelaria va muy despacio, nos está retrasando y se nos acaba el tiempo...

miércoles, 27 de noviembre de 2013

LORENZO Y CANDELARIA YA SUPERAN LAS CUATRO MIL VISITAS

El blog oficial de la novela ¡Camina, Candelaria, camina! acaba de superar las cuatro mil visitas. 

Candelaria y Lorenzo quieren agradecer a todas aquellas personas que han decidido acompañarles en esta aventura de sus vidas, sacando un pasaje para este viaje y visitando esta agenda en la que puedes conocer momentos emocionantes y datos de interés de este camino que, como ellos, emprendieron muchos canarios que decidieron hacerse indianos en la América colonial del siglo XVIII. ¡¡Muchas gracias!!  
Puedes seguir esta aventura en este blog y en facebook: 


martes, 12 de noviembre de 2013

 Una de aquellas noches, acurrucados para dormirse, Candelaria lo sorprendió:
- Ahora ya sabes por qué - dijo ella, acariciándole las manos-. Eso que siempre te ha preocupado todos estos años, ahora ya sabes por qué.

Lorenzo se viró hacia ella, y se miraron unos instantes. Nunca antes habían hablado de aquello, ni siquiera se imaginaba que ella lo supiera.
-Ahora ya sabes por qué te elegí a ti, Lorenzo - continuó Candelaria-. Tú llenas todas mis estancias.
- Yo....- intentó responder él.
- Sshhh, no hace falta que digas nada. Yo siempre lo supé - seguía hablando Candelaria, abrazándolo por la cintura con ternura , apoyando la cabeza en su pecho -. Siempre has sido bueno conmigo y me quieres tanto. Tienes una luz interior que me ilumina. Puede que no me entiendas algunas veces, y hasta que seas más nuevo que yo, pero estás presente en todos mis sueños desde que te conocí. Nunca he tenido dudas de que es contigo con quien quiero estar.

Ahora Lorenzo no hacía ningún esfuerzo por hablar, sólo quería escucharla a ella. En aquel momento, era el hombre más feliz del mundo.


martes, 5 de noviembre de 2013

La agenda del camino (IV):

Siguieron varias jornadas por aquellos senderos cruzando plantaciones y algunos ríos. Aunque no se encontraron a muchos viajeros, pudieron seguir el camino y no se sintieron perdidos. Solían parar a la fresca de los árboles que se encontraban junto a los bayús, que por fín conocieron. Los pescadores los aprovechaban, pues sus aguas eran más traquilas y en sus aguas se podían encontrar cangrejos y algunos peces, lo que sin duda les vino muy bien, pues seguían teniendo poca comida. La noche eran más frías junto al agua, así que evitaban dormir junto a los lagos, buscando protegerse en las plantaciones, donde podían encontrar algunas construcciones que se usaban para guardar las herramientas.

Como habían hecho otras veces, llegaban por la noche y se marchaban cuando amanecía, cogiendo el camino en dirección hacia donde el sol había salido. Uno de esos días, faltaba poco amanecer, cuando los despertaron unos golpes fuertes sobre las maderas del barracón que habían elegido para dormir:

- Go out! Come on ! Go out!!!

miércoles, 30 de octubre de 2013

La agenda del camino (III):

A la mañana siguiente se marcharon. Apenas les pudieron dar comida, pero sí les dejaron mantas, ropa seca y unas velas. Les indicaron el camino que debían seguir para llegar al puente que los soldados habían construido por el que se podía cruzar el cercano río y continuar el camino, aunque faltaba mucho por delante. Como no sabían qué día era, preguntaron en el presidio antes de salir. Mañana sería San Simón, eran los últimos días de octubre, y faltaban nueve semanas para acabar el año, para el día de Año Nuevo, pero no sabían cuánto les quedaba para llegar a su destino.
 
SIGUE ESTA AGENDA DURANTE LAS PRÓXIMAS SEMANAS HASTA FIN DE AÑO. Y SI NO QUIERES PERDERTE EL FINAL DEL CAMINO, SACA TU PASAJE PARA ESTE VIAJE EN CUALQUIER LIBRERIA

TAMBIÉN PUEDES SEGUIRLO EN:
 

sábado, 28 de septiembre de 2013

 La agenda del camino (II)
Estaban a finales de septiembre y aún tenían tiempo suficiente para llegar antes de Año Nuevo y poder disfrutar de sus tierras, pero les preocupaban las condiciones del viaje. El grupo era grande, todavía iban bastantes niños y algunas mujeres embarazadas, como Candelaria, y los problemas eran muchos. Durante varios días, la colonia de canarios debatió lo mejor para sus paisanos, y ellos mientras aprovechaban aquellas jornadas para descansar y tomar la mejor decisión.
Una tarde los reunieron a todos en casa de Manuel Delgado, alcalde canario de la ciudad, para informarles de la situación.
Lo más rápido sería ir por el camino de la costa –dijo inicialmente don Manuel, como lo conocían, mientras daba pie a continuar hablando haciendo como que pensaba sobre lo primero que había dicho.

Pero si aún tienen tiempo, lo más seguro es que.................

jueves, 5 de septiembre de 2013

La agenda del camino (I):
Durante todo el día se oía fustigar a las bestias para que fuesen más rápido. No podían dejarse ir, ya habían perdido demasiado tiempo y estaban a finales del verano y les faltaban muchas jornadas por delante:
- ¡Vaaamos, camina!- le gritaban a los animales. - ¡Vamos, Luisiaaana!, ¡Maravilla, no te quedes atrás, Maravilla!, ¡encabeza, Bermejo, encabeeeza!....
No se detuvieron en el siguiente pueblo, que apenas tenía gentes y siguieron en dirección hacia un pequeño lago, donde podrían abrevar a los animales y pasar mejor la noche. A todos los viajeros que allí estaban los delataban las luces de las hogueras, hasta que se iban extinguiendo los fuegos con las horas. No era normal que se molestasen entre ellos, sin embargo, en aquella ocasión un hombre a caballo llegó bien tarde por el camino, se acercó hasta los canarios y solicitó pasar la noche junto a ellos. Menudo y algo mayor, iba armado, como iban allí todos los hombres a caballo:
- Voy camino de ......

SIGUE ESTA AGENDA DURANTE LAS PRÓXIMAS SEMANAS. Y SI NO QUIERES PERDERTE EL FINAL DEL CAMINO, SACA TU PASAJE PARA ESTE VIAJE.

TAMBIÉN PUEDES SEGUIRLO EN:

domingo, 14 de julio de 2013

 ¡Camina, Candelaria, camina! supera las 3000 visitas.
La web oficial de la novela ¡Camina, Candelaria, camina! ha superado en estos días las 3000 visitas, por parte de sus lectores.
Candelaria y Lorenzo quieren agradecer a todas las personas que les acompañan en su viaje, su presencia y apoyo durante este tiempo a lo largo de su camino, deseándoles igualmente que disfruten de esta aventura por la América colonial del siglo XVIII. ¡¡Muchas gracias a todos y a todas!!
¡Camina, Candelaria, camina!

    
¡Camina, Candeleria, camina! es una novela intensa, llena de emociones y sentimientos, que tiene como telón de fondo la historia de la emigración canaria a la América colonial del siglo XVIII. Los isleños protagonistas de este viaje, mezcla de miserias, abusos, sufrimientos e injusticias, pero también de esperanzas y superaciones, son víctimas de una traición que determina su suerte. La emigración les deja una profunda huella en sus vidas, sin que por ello pierdan su identidad canaria, ejerciendo su condición de isleños en las diversas tierras extrañas que atraviesan como viajeros...
Candelaria y Lorenzo salen de su isla en un velero camino de una vida al otro lado del Atlántico. Jóvenes, ella, embarazada, él, esperanzado, los dos, enamorados. Pronto conocerán las dificultades del viaje, que sufren sobre sí mismos y que ponen a prueba su inteligencia, la voluntad y el amor que se tienen, en busca del final de su aventura. Sin saber cuál será su destino, les impulsa a conseguirlo un sueño de libertad que ella siempre tiene presente.

Para seguir el largo y sinuoso camino, cuentan con el poder de las manos de Candelaria

miércoles, 12 de junio de 2013

La identidad soluciona problemas II
 


Algunos se tiraron en dirección al tal Arrigas. Lorenzo retuvo a sus compañeros, en especial a Pedro Faneque, viendo venir la oportunidad que estaba esperando.
–Perdóneme, señor –saltó Lorenzo–, pero hay una manera de saber si decimos la verdad.
–¿Una manera? –preguntó el secretario– ¿Y cómo?
–Si el señor gobernador lo permite –dijo dirigiéndose hacia él–, podemos salir todos a la calle del pueblo y darle la prueba que necesita.
Nadie entendió de momento lo que pretendía Lorenzo y los canarios lo miraban algo desconcertados. Todos menos Candelaria, que lo observaba orgullosa, y que ya no se sorprendía cuando Lorenzo actuaba de aquella manera. El gobernador se levantó de su improvisado sillón de mando mordiéndose los dedos de una mano, mientras miraba hacia aquel canario y hacia Arrigas, alternativamente, sin tomar una decisión, hasta que finalmente habló.
–Está bien, adelante, salgamos –ordenó.
Los ayudantes y los alguaciles que acompañaban al séquito obligaron a retirarse a la gente que se agolpaba en la puerta del establo, dejando sitio libre para que saliese primero el gobernador, las autoridades y luego los canarios, que se mantenían en todo momento lo más cerca posible. Sacaron de nuevo la silla, para que el gobernador presidiese el nuevo acto judicial.
–Bueno, y ahora, ¿qué pretendéis hacer? –preguntó el secretario.
Lorenzo levantó la mirada por encima de los demás, en dirección a la calle principal del pueblo.
–¿A qué distancia se encuentra el almacén del pueblo, señor?  –preguntó Lorenzo.
–A unos quinientos pasos, más o menos –contestó el alcalde, que formaba parte de la comitiva–. Está al principio de esta misma calle.
Lorenzo miró entonces para Antonio Plasencia y luego para Pedro Faneque, que entendieron sus intenciones, asintiendo con un gesto.
–Señor gobernador, permita que este canario vaya hasta el almacén del pueblo –dirigiéndose a Pedro Faneque– y desde aquí, otro de nosotros –refiriéndose ahora a Antonio Plasencia– le irá silbando algunas mercancías del almacén, con sus medidas, para cargar en una de nuestras carretas.
Las palabras de Lorenzo se oyeron claramente, generando los comentarios entre los presentes, que no se lo creían.
–¿Sin gritar ni decir palabra ni hacer señas? –dijeron–. Eso es imposible. ¡Qué atrevimiento!
El gobernador empezó a perder su fe en aquellos isleños, pues en realidad nunca oyó con sus propios oídos silbar a los canarios, sólo se lo escuchó decir a los soldados de la guarnición. Miró hacia todos lados, sin saber qué decir, atrapado en aquella situación. Por su parte, los canarios se mantenían callados, aunque tenían confianza en cómo iba a acabar aquello.
–Pero, señor, las mercancías que se carguen en nuestra carreta serán para nosotros, para nuestro sustento y de nuestros hijos –terminó de decir Lorenzo–. Es lo justo tras las ofensas que recibimos, después de lo que nos dijeron.
            Aquello terminó de provocar a la comitiva, que comenzó a insultar al canario, mientras el público también añadía de su parte. Los únicos que se alegraron fueron los isleños, que vieron la posibilidad de salir del hambre y de seguir el viaje. El gobernador continuaba sin dar una respuesta, dudando ahora de que fuera posible.
–Permítame, señor gobernador –tomó la palabra de nuevo Rodrigo de Arrigas, ante la indecisión del gobernador–. Visto que estos sus amigos, excelencia, están decididos a continuar con esta mentira, yo estoy dispuesto a ayudaros y libraros de su carga.
Abriéndose paso entre la comitiva y el público, siguió manejando la situación con el fin de sacar toda la tajada posible para sus intereses.
–Si estáis en lo cierto y es posible que estos canarios hagan eso, dando pruebas de vuestra cordura –e hizo una pausa conveniente para sembrar algunas dudas sobre aquello–, yo me comprometo a pagar todas las mercancías que sean capaces de cargar en su carreta –dijo alto y claro Arrigas, sorprendiendo a todos–. Pero con una condición. Puesto que dicen que saben hablar silbando sin dificultad alguna, no tendrán inconveniente en que lo demuestren la mujer y la hija pequeña de quien dice hacerlo sin problemas todos los días, si para ellos es cosa tan normal –continuó Arrigas, señalando a Guadalupe Barreto, la mujer de Antonio Plasencia, y a Nievita, su hija pequeña, que estaba junto a su madre.
Esta vez se hizo un silencio profundo entre todos los presentes, incluidos los canarios, que aprovechó de nuevo el avaricioso Arrigas para rematar su envite.
–Señor gobernador, en caso de que no lo permitáis, deberéis admitir que estaréis ocultando vuestra falta de cordura –sentenció, volviendo a su sitio anterior sintiéndose vencedor de aquel duelo.
El gobernador ya se encontraba bloqueado por los nervios y sin saber qué decir, viendo cómo su puesto estaba ahora en manos de una chiquilla de apenas once años y de su madre. De color pálido, asintió como pudo con un gesto tembloroso de la mano y con la mirada perdida.

Los vecinos abrieron rápidamente el espacio de la calle desde el establo hasta el almacén. Guadalupe Barreto le dio un beso a su hija Nieves, antes de que los alguaciles del gobernador se la llevaran hasta el otro extremo, dentro de una carreta vacía de los isleños. Todo el pueblo se había echado a la calle, enterado de aquel reto, y en la cantina ya se hacían apuestas en contra de la niña, intentando sacar partido de la situación que había alterado las placenteras tardes del lugar. Guadalupe se remangó la falda y se subió a un taburete agarrada de Antonio Plasencia, rodeada y apoyada por los canarios, que sabían que estaba en sus manos que pudiesen continuar el viaje. Y Guadalupe comenzó.
–Millo –dijo, dirigiéndose al secretario que tomaba nota–. Tres sacos.
Luego se llevó las manos a la boca, silbando y haciendo que salieran las notas convenientes, con esa melodía que sólo tiene el silbo que hacen los isleños, aquellos tonos uno tras otro formando palabras, con toda la fuerza que le permitieron sus pulmones y que sonaron con intensidad sobre las cabezas de los presentes, que nunca habían oído aquella manera de silbar, ni creían que aquello pudiese servir para comunicarse.
Nievita era una niña callada, con apenas once años, delgada y algo débil por el viaje, llevaba el pelo suelto y vestía un traje con una falda que casi arrastraba por el suelo, pues era de su hermana mayor. Se encontraba sobre la carreta, que la habían cuadrado junto al almacén, y al oír los silbos de su madre, saltó al porche de un brinco y entró por la puerta junto a los hombres del gobernador, desapareciendo de la vista de todos.
Guadalupe y Antonio no hacían sino mirarse el uno al otro, junto a sus otros tres hijos, que habían entendido perfectamente a su madre. La gente en la calle se mantenía en silencio, esperando lo que fuese a ocurrir, y nadie se movía. Pero pasaron unos instantes y del almacén no salía nadie. Algunas de las autoridades comenzaban a celebrarlo, haciendo gestos de satisfacción entre sí, mientras el gobernador seguía sin levantar la mirada del suelo.
–¡Qué salga la niña con el tendero! –dijo alguien desde la calle, rompiendo el silencio y provocando las risas de los presentes.
Continuaba pasando el tiempo, pero la niña no salía del almacén. Los alguaciles del gobernador esperaban cualquier orden de éste y el secretario no dejaba de mirar al fondo de la calle, esperando cualquier información que le permitiese dar por terminado aquel experimento. Cuando ya iba a tomar la palabra, en ese mismo instante, uno de los hombres que estaba en el porche del almacén comenzó a moverse y se apartó hacia la calle, sin creerse lo que estaba viendo. La puerta del almacén se abrió empujada por una espalda menuda. Nievita salía hacia atrás arrastrando un saco con todas sus fuerzas. El saco pesaba casi la mitad que ella y le costaba moverlo sobre los tablones de madera. Atravesó el porche y quiso subirlo a la carreta, pero como estaba un poco por encima, tropezó y se cayó de espaldas. Se levantó, cogió de nuevo el saco y tiró de él con todas sus ganas hacia arriba, subiendo el escalón y soltándolo dentro de la carreta, ante el asombro del encargado del almacén y de los hombres que la acompañaban. Nievita volvió a la tienda y como pudo sacó un segundo y un tercer saco. Uno de los alguaciles del gobernador se subió a su caballo y galopó la calle a toda velocidad hasta dónde estaban todos esperando:

–Tres sacos de millo, señor. La niña cogió tres sacos de millo.
Los canarios estallaron de júbilo, dando saltos de alegría. ¡Lo consiguió, Nievita lo consiguió! Antonio Plasencia y Guadalupe Barreto se abrazaron a sus hijos, orgullosos de lo que estaba haciendo su pequeña Nieves. Todo el público presente gritó, sorprendido de lo que estaba viendo, mientras las autoridades no se lo creían. El gobernador dio un brinco desde su silla.
–Cuatro sacos de papas –pidió esta vez la madre, que de nuevo silbó de aquella forma melodiosa, metiendo los dedos en su boca, componiendo las palabras silbadas y haciendo que se oyera su silbido en todo el pueblo.
Nievita fue corriendo hasta el interior del almacén, consciente de lo importante que era lo que estaba haciendo, esta vez, entre los aplausos y los gritos de ánimo de todos los vecinos, que empezaron a apoyarla. A pesar de su pequeño cuerpo, la canaria fue sacando hasta la carreta varias tandas de leche, queso, miel, lentejas, carne, agua, azúcar, fruta... todo lo que su madre le fue silbando desde el otro extremo del pueblo, todo lo que necesitaban para seguir su camino. Una de las mujeres canarias se acercó hasta Guadalupe y le dijo algo al oído.
–Café, queremos café. Un saco será suficiente –pidió Guadalupe, mientras lo silbaba a su hija. Nievita lo entendió, pero le costó reconocerlo porque nunca había tenido café en su casa.
La niña estaba rendida, ya no podía más. Había cargado ella sola una carreta con todo lo que le habían pedido. Cuando ya creyó que su madre había terminado, se subió sobre los sacos a lo más alto de la carreta y ante el asombro de los que estaban en la calle, se llevó también sus dedos a la boca y se dirigió silbando al otro extremo del pueblo, unos silbos que llegaron a los oídos de su madre. Guadalupe se bajó del taburete y sin poder contener las lágrimas lo tradujo para los demás:
–Mi hija Nievita, señor, quiere pedir alpargatas para nuestros hijos, ha visto alpargatas en el almacén y hay muchos de nuestros niños que van descalzos.

El secretario no supo qué contestar, mientras el gobernador festejaba su victoria ante las autoridades de Guanajuato, que tendrían ahora que reconocer que aquellas cosas eran ciertas.
La identidad soluciona problemas I


–¡Oh! mis canarios, qué ganas tenía de veros, ¡qué alegría me dáis! –dijo el gobernador.
Vestía de gala y sus ropas se movían al viento ante sus movimientos entre el grupo de isleños, que no conocían a aquel hombre y no entendían lo que ocurría. El gobernador se movía con soltura, parecía de carácter alegre y se comportaba casi como haciendo reverencias ante cualquier cosa que fuera a decir o a hacer.
– Por favor, dejad que os presente. Autoridades, señores y señoras presentes, éstos son los excepcionales canarios de los que tanto os he hablado –hizo los honores el gobernador, refiriéndose al grupo de viajeros isleños, hambrientos, sucios y mal vestidos que tenía delante.
La comitiva que lo acompañaba se detuvo junto a la entrada del establo, lo más lejos posible. El gobernador se giró y refiriéndose a las autoridades comenzó a presentar a sus acompañantes, dirigiéndose a los isleños como si fuesen asistentes de un imaginario acto público.
–Me han acompañado hasta aquí a vuestro encuentro los señores alcaldes reales de las principales localidades, acompañados de sus señoras esposas presentes –dijo el gobernador haciendo una cierta reverencia, para luego detenerse en uno en particular–. Y especialmente, el alcalde de la propia capital, don Rodrigo de Arrigas, a quien he insistido para que me acompañase en vuestra búsqueda.
            Aquellos hombres y mujeres hicieron algunos gestos de presentación, que los demás no supieron si eran sinceros o de hartazgo oculto ante aquella situación.
–También nos acompañan, además de mi ayudante personal, el señor secretario del ilustre juez, que hará las veces de secretario y levantará acta de lo que aquí acontezca, para que todas las autoridades y todo el pueblo no tengan más dudas de lo dicho y expuesto por mi parte –recalcó el gobernador, esta vez con mirada burlona hacia su séquito.
Aquello no le decía nada a los canarios, que permanecían quietos sin comprender nada. Fuera del establo, se oyeron ecos repitiendo todo lo que ocurría dentro, entre el numeroso público que comenzaba a acumularse.
–¿Seguro que todavía os estaréis preguntando por qué hemos venido hasta aquí con estos ilustres acompañantes? ¿Verdad, amigos canarios? –continuó el gobernador, que les hablaba con una cierta familiaridad, que aún menos entendían los isleños, pues no lo conocían–. Pues veréis, amigos canarios, hemos venido hasta vosotros para servirme de justicia ante la persecución que estoy padeciendo, o mejor dicho, estoy sufriendo, por parte de aquí los presentes –expuso el gobernador, provocando algunos gestos de incomodidad entre las autoridades.
Luego continuó,  haciendo movimientos como si estuviera dando un discurso:
–Pero hoy se acabará todo, hoy se aclararán las dudas sobre mi buen juicio, con la ayuda de mis buenos amigos canarios, y quedarán a salvo mis buenos criterios para la administración de vuestros pueblos, señores alcaldes y compañía –dijo haciendo un falso gesto de genuflexión, que sonó a burla–. Aquí los tenéis, a los canarios, a los hijos de aquella tierra tan hermosa y misteriosa, que yo tuve la inmensa suerte de conocer. Preguntadles, preguntadles y resolved aquí las cuestiones sobre mi buen juicio. Señor secretario, es vuestro turno.

El gobernador se apartó sentándose en su silla particular, que ya le había habilitado su ayudante en medio de aquella gañanía. A un lado, sobre la paja y el echadero del ganado, se encontraban los canarios, que seguían sin entender nada, por mucho esfuerzo que ponían. Al otro, aquellas autoridades, de entre las que salió el secretario del juez, que empezó a hablar con voz temblorosa, sin dejar de mirar de reojo al séquito de acompañantes.
–Señor gobernador, ilustrísimas autoridades, se…señoras y señores, con la venia de sus señorías. Estamos aquí…estamos aquí presentes, dando continuación a..a... la sesión del juicio de... –se expresaba como podía el secretario del juez–. En nombre del señor juez, me hallo yo presente como secretario, levantando acta de las declaraciones y actos que… que aquí se produzcan –continuaba ante la aparente conformidad de las autoridades y del gobernador.
–Vayamos a lo que importa, señor secretario, a lo que importa –habló por primera vez Rodrigo de Arrigas, con una voz gruesa que salió de debajo de su vistoso bigote negro, y que retumbó de qué manera en aquella improvisada sala judicial.
El secretario se giró entonces hacia los isleños y continuó con su alegato.
–El señor gobernador, que ostenta el cargo desde hace unos años, alega haber conocido y vivido en las Islas Canarias, de donde proceden aquí los presentes canarios. ¿No es así? –les preguntó el secretario.
–Sí, señor, somos canarios –fue la primera respuesta que obtuvo.
–El se..señor gobernador manifiesta… haber tenido la oportunidad de conocer aquellas tierras, por razón de su cargo y sus tareas, pues tuvo que levantar mapas y planos de las costas, ciudades, puertos y defensas de aquellas islas, por órdenes del comandante general de Canarias–continuaba el pobre hombre, al que se le trababan las palabras–. Como resultado de sus viajes dice... alega... el señor gobernador haber conocido una… una…una suerte de hechos, de sucesos y de circunstancias... que... que… que expuestos por el señor gobernador ante... ante nuestras autoridades aquí presentes, les resultan a sus eminencias... les... resultan... difíciles... difíciles de entender y de creer, según alegan en su denuncia ante el señor juez –expuso casi uniendo esta vez todas las palabras en una sola.
No hubo respuesta por parte del gobernador ni de las autoridades, que se miraban entre sí, y mucho menos de los canarios, que seguían sin entender aquello, limitándose de momento a responder a lo que el secretario les preguntaba.
–Según hacen constar, en numerosas ocasiones el señor gobernador, en actos públicos o en recepciones particulares, les ha informado de una serie de hechos que vio y vivió allá en las Islas Canarias, que expresadas en boca de la máxima autoridad son... cuando menos... sospechosas, y que les hacen dudar de su buen juicio y de su capacidad para gobernar.
Esta vez, el gobernador no se inmutó al oír aquellas palabras, sino que marcó una leve sonrisa en su cara, al contrario de las anteriores ocasiones en las que había tenido que escuchar aquel alegato con las acusaciones de los alcaldes, que se habían atrevido a denunciarlo ante el juez por locura o falta de juicio.
–Se..señores canarios –dijo el secretario, dirigiéndose de nuevo hacia ellos–, son convocados aquí como testigos, a fin de que muestren su parecer sobre los siguientes hechos.

Los isleños no entendieron bien lo que les quiso decir el secretario, pero sí intuyeron que les iban a hacer unas preguntas a continuación. La expectación fuera del establo era máxima y alguien mandaba de nuevo a callar para oír las preguntas y respuestas.
–Se..señores de Canarias, qui..quisiéramos saber si son ciertas, si concurren, mejor dicho, las siguientes circunstancias en el país de donde ustedes provienen, y que pa..paso a enumerar a continuación –gagueaba de nuevo el secretario, mientras removía los papeles que llevaba en las manos en busca del documento siguiente que necesitaba para su alegato.
–Por ejemplo... aquí en América también conocemos los volcanes y los campos de lava que forman, pero…¿es cierto que... –costándole terminar de leer– es cierto que los volcanes de allá, que al parecer, no son como los volcanes de aquí, hacen unas cuevas por debajo de la tierra, cuevas por las que se puede caminar sobre la lava y que son tan largas que no hay cristiano que las haya podido andar en su totalidad? –terminó de decir el secretario, levantando la cabeza hacia los isleños, de quienes esperaba una respuesta.
Los canarios se miraron entre sí, sin entender todavía a qué venía aquella pregunta tan sencilla. Ginés Fajardo fue el encargado de responder.
–Sí, señor, eso es verdad. Las lavas de los volcanes hacen cuevas y tubos en los malpaíses. Con el paso de los años, el techo se hunde por algunos sitios y los utilizamos para entrar. Los llamamos jameos –les dijo el isleño.
–¿Y son tan largas esas cuevas? –quiso aclarar el secretario.
–Sí, señor, es difícil saber dónde acaban. Unos dicen que debajo del mar, otros que en las montañas que echan fuego, otros que allá abajo en los infiernos –se atrevió a aclarar, mientras algunos de los presentes se santiguaban–. Qué le digo, pero lo cierto es que nadie lo sabe, porque son oscuras y nunca nadie hasta la fecha ha llegado al fondo de las más largas. Las cuevas más chicas y los jameos los usamos para guardar el ganado y refugiarnos, señor.
El secretario tomaba nota apresuradamente de las palabras de aquel isleño, que hablaba seguro de lo que decía, ante la sonrisa del gobernador, que llegaba incluso a reír sin disimulo ante los presentes. Las autoridades se mantenían inmóviles y calladas, esperando la siguiente pregunta.
–También afirma el señor gobernador que... que hay en una isla un… un árbol que... que... produce... que produce agua... lo que resulta sin duda a los ojos de los denunciantes impropio de su naturaleza –continuó el secretario–. ¿Es esto así? ¿Alguien alguna vez conoció, vio o supó de este árbol del agua?
Los isleños se mantenían quietos, aunque cada vez eran más conscientes de que sus respuestas a aquellas preguntas, que les resultaban normales, iban a tener consecuencias sobre los presentes. Fueron Reyes Quintero y Francisco Padrón quienes dieron la respuesta esta vez:
–Sí, es verdad, lo llamamos el Garoé, pero ya no existe, señor –contestó con cierta tristeza el matrimonio–. Ahí más allá un rayo lo tumbó y dejó a la isla en la sequía más absoluta.
–¿Era tanta el agua que producía? –quiso saber el secretario, sin dejar de anotar todo lo que decían aquellos testigos.
–Fíjese como sería, que bajo sus ramas se llenaban una docena de aljibes, que todavía las tenemos y las usamos hasta la fecha. Sí, señor, era mucha el agua, el Garoé nos daba de beber a toda la isla –aclaró Reyes Quintero.
Aquello pareció molestar a las autoridades, que hicieron comentarios entre ellos. El gobernador no hacía sino gestos de complacencia y se reía después de cada respuesta. Fuera del establo, la calle abarrotada de gente iba repitiendo las palabras que se decían dentro, quedándose igualmente asombrados ante lo que allí se decía.
–Otra cuestión. ¿Es cierto que hay árboles que viven cientos de años y que tienen sangre en su interior?– preguntó el secretario, que fue cogiendo confianza.
Esta vez fueron todos los canarios casi al mismo tiempo.
–Pues claro, señor, los dragos –contestaron sin dudarlo.
–¡¡Eso es imposible!! ¡Eso no puede ser! ¡Mentirosos! –gritaron desde el grupo de autoridades, contrariados por las respuestas de los isleños.
–¡Eso es así! –saltó Pedro Faneque, con la habitual contundencia que le daba a todos sus gestos y palabras, poniéndose en pie. Todos se callaron en el establo. Hasta fuera se hizo también el silencio–. ¿Qué canario no conoce los dragos? Los usamos para muchas cosas, incluida la sangre de su interior. Los hay tan altos como los pinos y están allá desde que tenemos conocimiento. Todos aquí tenemos dragos en nuestros pueblos –sentenció Faneque.
Los denunciantes no se atrevieron esta vez a replicarle, entre las risas del gobernador.
–Preguntadle por el lenguaje ese, secretario, preguntadle qué es eso –le instó Rodrigo de Arrigas al secretario, que seguía sus indicaciones de manera servicial.
–Sí, sí, eso, eso, preguntadle, señor secretario, preguntadle cómo se entienden en la distancia –insistió el gobernador, que ya no cabía dentro de sí.
–Según el señor gobernador, para comunicarse de una montaña a otra, ustedes se hablan... –dudó de nuevo el secretario– ustedes se hablan... silbando... como dando silbos se entienden unos a otros. ¿Se habla la gente silbando allá?
Aquello causó las risas del público que estaba fuera del establo. Los canarios se miraron sonrientes entre sí, conscientes del efecto que iba a producir su respuesta.
–Sí, señor, es verdad, yo mismo lo hice todos los días hasta el día que nos embarcaron –contestó Antonio Plasencia–. El silbo se usa para hacerse entender a lo lejos, sólo hay que saber silbar lo que se dice y las montañas hacen el resto, llegando hasta dónde uno quiera. Es más fácil que recorrer los barrancos o mandar a los menudos por la cumbre, señor –continuó aclarando mientras miraba a Guadalupe Barreto, su mujer, y a sus hijos, que se agarraban a su madre, y que sabían bien a lo que se refería su padre.
–¡Ya es suficiente! –interrumpió Arrigas, quien había sido el promotor de aquellas denuncias contra el gobernador, pues si lo declaraban bajo el estado de locura, sería él quien ocuparía el puesto–. Me niego a aceptar estas palabras. Señor gobernador, éstos no son sino un grupo de pobres viajantes que dirán que sí a todo lo que les preguntéis con la esperanza de obtener algún beneficio. Os han visto y han pensado que compensaríais el tremendo favor que os están haciendo quizás con comida o ropa o cuidados para sus hijos.
Se hizo el silencio antes de que continuara sin dejar pie a una reacción del gobernador.
–No os ofendáis, señores canarios, no es mi intención. Pero comprendedlo, no hay más que veros –dijo dirigiéndose a ellos–. En vuestra situación, quizás, yo también haría lo mismo. Quizás –continuó entre risas cómplices de sus compañeros demandantes–. Pero, vuestra declaración no nos es suficiente, no podemos presentar estas falsas declaraciones ante el pueblo sin unas pruebas. Señor gobernador, queremos pruebas, hechos, queremos certezas, si no queréis que continuemos con nuestra causa. Si deseáis que no queden dudas de vuestra cordura, deberéis presentar algo más que la palabra de estos mentirosos –terminó de decir Arrigas, provocando a los canarios.

martes, 1 de enero de 2013

                  ¡Camina, Candelaria, camina! No te pares, camina.
            No te pares ahora, ahora no, estando tan cerca no.
            Vamos camina, piensa en todo lo que pasamos, camina.….


Este es el blog oficial de la novela
¡Camina, Candelaria, camina!

GRAN CANARIA, ISLAS CANARIAS

¡Camina, Candelaria, camina!



En el camino hacia la Navidad, estás a sólo DOC€ pasos de conseguir el mejor regalo para ti y los tuyos. Tienes hasta el dia de Año Nuevo, el mismo tiempo que Lorenzo y Candelaria para llegar a su destino y alcanzar su sueño.