Un poco mayor que él, Candelaria había sabido conservar su belleza de juventud y tenía ahora esa serenidad de la madurez, que la hacían más atractiva. Su cabello liso y largo de color tostado, su tez morena y sus labios encarnados, la habían hecho una mujer de ternura innata, siendo deseada por hombres de toda la isla. Pero las mayores virtudes de Candelaria eran su dulzura, su sensibilidad y sus instintos femeninos, que la hacían una mujer cautivadora. Poseía una gran intuición, con sensaciones que transmitía a través de toda ella, y especialmente con sus manos. A pesar del tiempo, aún no conocía todos sus pensamientos, todos sus sentimientos de mujer, cuál era el secreto del brillo de sus ojos, de dónde venía la calidez de sus manos.
Candelaria siempre quiso sentir la vida por si misma, conocer y aprender, tener emociones y aventurarse, construirse su propio mundo con sus esfuerzos, vivir su propio sueño, vivir del modo que ella pretendiese, y sobre todo, vivir junto al mar, siempre junto al mar, su gran amor.
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